Quizás la frase “perdidos en el tiempo” suena demasiado subjetiva, porque ¿qué es el tiempo?, ¿es mi tiempo el tiempo real? Los islámicos han hecho perdurar en la historia, su tradición milenaria por medio de los principios presentes en el Corán, que es la palabra de su dios Alá y que es inmutable: ellos viven igual que hace cientos de años atrás.
La muestra incluyó además una muralla repleta de rostros de afganos en tamaño postal, que según la reseña que se leía en un rincón de la pared, coincidían en ser caras de anónimos que quisieron, por su voluntad, dejarse fotografiar por Munita. Cientos de ojos de fuego, muchos de ellos manchados por la arena del desierto, me observaban a la salida. Las miradas no sólo generaban sorpresa (la mayoría de los niños tenía el rostro quemado) sino que además querían decir algo.

Quise interpretar ese algo, como el quiebre en la rutina de sus vidas, que significó para ellos recibir el flash de una cámara sostenida por el foreigner. Así, la gran brecha entre las culturas en encuentro, la sentí cada vez más ancha. Los afganos como fieles representantes de una cultura religiosa y un estilo de vida, frente a un fotógrafo ávido de mostrarle al mundo la forma de vida de esta comunidad. Un periodista que se escondió muchas veces (así lo decía su reseña del viaje en el museo) para captar movimientos espontáneos de los habitantes del desierto.
La diferencia entre ambas partes no es difícil imaginarla (rostros islámicos versus fotógrafo de rasgos y ojos occidentales), pero en el entrever el trabajo fotográfico no siempre existe la reflexión.
Fue así como empecé a buscar entre las fotografías la forma de poder encontrar algo familiar entre ambas culturas y en ese momento, apareció esta foto: el pequeño afgano vendiendo relojes.

El tiempo como moderador universal en la vida de las personas. Hombres y mujeres de rostros torcidos, narices ariscas y pieles tostadas, casi todos vistiendo turbantes de colores (que todavía no existen en este lado del mundo) y Munita, que me lo imagino perfectamente, todos esclavos del paso constante del tiempo.
El tiempo como una nave con un timoneo continuo y tranquilo. El tiempo como una bestia arrasadora de la vida de las personas. El tiempo como un arma omnipresente. El tiempo enjaulado en un reloj. Y bueno, ya está dicho y no queda otra que aceptarlo: los relojes nunca duermen.

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